Diversas teorías éticas han sido planteadas a lo largo del tiempo para garantizar la mejor convivencia. La mayoría parten de “lo que es mejor” en las interrelaciones y plantean una serie de cualidades que garantizarían el objetivo. Aristóteles fue honesto al decir que la búsqueda de la felicidad es el máximo. La ética kantiana y dialógica plantean que se deben elaborar normas universales, para asegurar que el hombre no se corrompa. Estas fascinantes corrientes me llevan al siguiente razonamiento.
Como humanos, nos consideramos como seres inteligentes, capaces de establecer interacciones para lograr fines. Es esta misma capacidad de relación con los demás, más allá del nivel instintivo, lo que nos define como seres humanos y algunas veces aumenta el ego de superioridad sobre otras formas de vida. Sin embargo, esta habilidad trae consigo una problemática respecto al nivel de inteligencia humana, puesto que si en verdad fuéramos muy inteligentes sabríamos aprovechar al cien por ciento las capacidades de nuestra especie para disfrutar un bienestar global, cuando en la realidad muchas veces actuamos en el sentido opuesto. Precisamente es la búsqueda del bienestar global lo que deriva en la moral.
Creo que si los hombres fuéramos más inteligentes, descubriríamos nuestro egoísmo al momento de reflexionar nuestras acciones, puesto que tendemos a enfocar el valor de lo que hacemos hacia nosotros. Ejemplo de esto es cuando algunas veces se tiene la discusión sobre si las obras de caridad son hechas para ayudar sin buscar beneficio propio (fama, pertenencia, satisfacción, etc.) El hecho de formular este dilema revela el egoísmo humano, al voltear el valor de la acción hacia el ser que la genera y no a los beneficiados. Si no se abusara del razonamiento de beneficio personal sobre las cosas de bien, frecuentemente estaríamos llevando a cabo acciones de beneficio comunitario y a la vez personal, puesto que estos dos siempre van de la mano, ya que al fin de cuentas se es parte de una comunidad.
Si los hombres fuéramos más inteligentes, felicidad significaría beneficio, dejaríamos nuestro egoísmo para convertirlo en fraternidad. Así la búsqueda de la felicidad pasaría de un plano individual a una comunidad. Al final, la felicidad se vería plasmada tanto en el nivel personal como en el social. ¡Qué bella es la utopía!
Como los hombres no somos tan inteligentes, debemos seguir una serie de normas que garanticen que la felicidad de uno destruya la de otro. Estas leyes se establecen para acercarse lo más posible al beneficio social. No obstante, contienen un defecto: pueden ser rotas por el mismo defecto que pretenden compensar. Son rotas por el egoísmo, pues el hecho de no cumplirlas representa el desinterés en los demás, y total enfoque en sí mismo. El egoísmo es consecuencia de falta de inteligencia, la cual es derivada de una mala educación. Así pues, el hombre tiene la capacidad de lograr la utopía al ser educado para erradicar el individualismo. Esta educación es completa mediante instrucciones, experiencias y razonamientos, diálogo y la transmisión de la misma. De esta manera, la calidad de las relaciones mejorará y encontrar finalmente la felicidad.
Gustavo Alonso Martínez Ayala
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