Hagamos un ejercicio: piensa en el día de hoy, numera todas las cosas que has consumido hoy, no pares simplemente en agua y electricidad, piensa más allá, ¿Compraste un café en la mañana? eso significa un envase, una tapa de plástico, azúcar (y el sobre que la contiene), una pajita para revolver y al menos un par de servilletas, eso sin contar el café en sí y el empaque en el que viene; ¿Compraste una camisa? bueno, tenemos que contar hilo, botones y tela, más claro, la bolsa en la que te llevaste tu compra.
Ahora, ¿Sabes de donde provienen estos materiales? ¿Si la empresa ha sido demandada por explotación o hacinamiento de trabajadores? ¿Si es ambientalmente responsable?
No, la mayoría de la gente no sabe de donde vienen sus productos o cómo se han conseguido, estamos acostumbrados a ver etiquetas cómo “Made in China” y nos sentirnos satisfechos con esto, cuando en verdad, si supiéramos el daño que hacemos con cada compra, nos pararíamos dos veces a pensar antes de llegar a la caja registradora.
Pongamos cómo ejemplo un producto que se ha convertido en el pan de cada día de la sociedad: el teléfono celular.
Para producir teléfonos celulares (cámaras digitales, laptops, impresoras, y muchas coas más) se usa el Coltan, que es un mineral que se encuentra en su mayoría en el Congo. En el pasado grupos rebeldes vendían el mineral para financiar la guerra del Congo, y más recientemente está acabando con la población de gorilas de montaña, ya que el área principal donde se puede encontrar Coltan, es en las reservas de estos animales, que han visto su población reducida a más de la mitad y se enfrentan a la extinción.
Diversas corporaciones compran el mineral y lo venden una vez procesado (y etiquetado cómo Tántalo), ¿Sus clientes? Compañías cómo Nokia, Motorola, Dell, IBM y Sony.
Conocer el origen de nuestros productos no es fácil, sobre todo viendo que pasan por las manos de diferentes empresas en cada etapa del proceso de fabricación, en algunos casos incluso, puede ser casi imposible, sin embargo esto no debería de detenernos, sino que debería de hacernos exigir una mayor transparencia a las empresas, que hicieran más sencillo el rastreo de los materiales y las compañías que los producen.
Pero esto no es todo, en la batalla del consumo ético, nosotros somos una parte vital, somos el consumidor, nosotros somos los que exigimos más productos, más baratos y a mayor velocidad, el ansia de consumo se ha hecho uno con nosotros, incluso pareciera que viene impreso en nuestro código genético, atrás han quedado los días de acumular capital, hoy sólo pensamos en qué gastarlo, como alguna vez Carrie Bradshaw dijo: “I like my money right where I can see it, hang it in my closet”.
Las necesidades básicas han sido modificadas, la mayoría de nuestro consumo está compuesto por necesidades creadas, por lo que pensamos necesitar. El sistema capitalista nos ha dado libertad, pero también nos ha hecho adictos al consumo.
Actualmente nos encontramos en una encrucijada, donde debemos de detenernos a evaluar nuestras acciones, o de otra manera caeremos a un precipicio: no necesitamos más productos nuevos, sino que informarnos de los ya existentes, las compañías sólo cambiaran cuando el consumidor lo haga.
Necesitamos consumidores conscientes e informados, que prefieran consumir local, que se enorgullezcan del comercio justo, que se nieguen a comprar productos probados en animales, y sepan que su ropa viene de una fábrica que respete a sus trabajadores en vez de una maquila que los explote, necesitamos ese cambio y el primer paso lo tienes que dar tú.
Fabiola Meza
Bibliografía:
http://www.congoweek.org/coltan-facts.html
http://www.cellular-news.com/coltan/
Werner, K., & Weiss, H. (2006). Índice de marcas. El libro negro de las marcas (pp. 192-291). México: De Bolsillo.
Klein, N. (2001). No logo . London: Flamingo.
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