martes, 9 de mayo de 2017

Igualdad de género en el ámbito profesional




Desigualdad de género en el ámbito laboral y educativo

Introducción

A lo largo de los últimos años hemos escuchado continuamente el término “desigualdad de género”, tanto en la vida diaria como en la vida académica y laboral. Aunque puede parecer un tema común o “normal”; la desigualdad de género es un tópico de materia compleja, que alberga una parte arraigada de nuestra sociedad y que atenta contra los derechos de toda una sección de la población mundial. Este ensayo tiene como objetivo esclarecer las preguntas de aquellos que dudan de que el fenómeno exista, y también brindar una fundamentación ética de por qué es un problema que debe ser tratado como tal (buscando soluciones, concientizando y creando políticas públicas que se encarguen de hacerle frente). En las siguientes páginas analizaremos desde el punto de vista ético la desigualdad de género en uno de los ámbitos más evidentes, el laboral y estudiantil. Diariamente, miles de mujeres en el mundo sufren sufren alguna clase de discriminación en el colegio o en el trabajo por el simple hecho de pertenecer al género femenino; desde pequeñas sutilezas y comentarios, hasta la privación total de algún derecho en este ámbito (como el derecho de acceder a la educación); la desigualdad de género se hace notar en muchas partes del mundo y afecta tanto a hombres como a mujeres. A continuación se hace un análisis más detallado del tema.

Palabras clave: Equidad, igualdad, género, roles, oportunidades, trabajo, educación, estereotipos, Derechos Humanos, dignidad.

Desarrollo
Antes de comenzar a describir el problema de desigualdad de género en ámbito laboral y educativo, es necesario comprender qué es, en qué consiste y por qué es un problema de carácter ético que afecta a la población a nivel mundial. Según la Entidad para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres de la ONU se entiende como igualdad de género “la igualdad de derechos, responsabilidades y oportunidades de las mujeres y los hombres, las niñas y los niños” (2001). Tomando en cuenta esta definición, podemos deducir que la desigualdad de género en cualquier ámbito (o de cualquier tipo) representa una violación al principio fundamental de los Derechos Humanos, que establece que todos los individuos tenemos los mismos derechos y el mismo valor; del mismo modo, al existir tal desigualdad, se reconoce que alguno de los dos sexos tiene menor posibilidad de acceder a sus derechos, lo que imposibilita su oportunidad de vivir con libertad y con dignidad. “Las desigualdades no son siempre ni necesariamente negativas, pero se transforman en tales cuando están asociadas a diferencias explicables por la situación social. Por lo tanto, son éticamente insostenibles desde el punto de vista de las posibilidades de satisfacción de las necesidades básicas y de respeto a la dignidad de las personas.” (Braslavsky, 2006, p.2); por lo cual, la desigualdad de género es un problema ético de interés público, que merece ser analizado críticamente.

Para comprender lo explicado en el párrafo anterior, y entender la relación entre igualdad de género y dignidad, es necesario también puntualizar en qué consiste la dignidad humana y por qué es tan importante en la ética y en la vida diaria. Según Kant, los seres humanos valen sobre todas las otras “cosas”, es decir, que tiene valor por sí mismos. “Las meras ‘cosas’ tienen valor sólo como medios para alcanzar fines, y son los fines humanos los que les dan valor.” (Rachels, 2006, p. 205). En eso consiste la dignidad, en el valor único del ser humano como finalidad, no como medio para conseguir propósitos, pues son los objetos los a los que se les asigna utilidad por el ser humano. De la misma forma, Cortina se refiere a la dignidad no solo como una característica humana, sino como al derecho a un tipo de trato; lo digno es aquello que merece ser tratado con respeto, que amerita ser ayudado y escuchado (citado en Gill, 1999, p.17). Con base en los conceptos anteriores, podemos decir que la desigualdad de género atenta contra la dignidad humana porque limita los derechos de hombres y mujeres, reconociendo que no se es digno de poseerlos según el género.


Históricamente, en muchas culturas, la mujer ha tenido un papel pasivo en la sociedad; encargándose únicamente de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos. En la actualidad, la estructura que delimitaba la participación social de las mujeres, ha desaparecido en la mayor parte de los países (entre ellos México), de forma que se han constitucionalizado los derechos del género femenino, y se han creado programas para su inclusión social. Sin embargo, que las mujeres puedan trabajar o acceder a servicios básicos como la educación, no significa que tengan igualdad de oportunidades eo condiciones laborales o estudiantiles. “En 2013, la relación entre hombres con empleo y población se ubicó en un 72,2%, mientras que esa relación entre las mujeres fue del 47,1%” (ONU, 2014); mostrando una diferencia porcentual de 22.1 puntos de ventaja por parte del género masculino. En América Latina y el Caribe, “el porcentaje de población que no cuenta con ingresos propios es aún alto: 31,8% de las mujeres y el 12,6% de los hombres” (CEPAL, Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe, 2009). Estos datos, son solo una de las muchas muestras que indican que a pesar de los avances en el tema, aún existe una brecha entre las oportunidades y accesibilidad al área laboral de mujeres y hombres. La falta (y en algunos casos, ausencia) de oportunidad laboral femenina podría traducirse también como la prevalencia de la idea de superioridad masculina, que refuerza nuevamente la desigualdad de derechos y viola la característica humana definida por Kant, que es el valor del ser humano por sí mismo.

Así pues, las mujeres no solo tienen menor acceso a trabajos formales, también “se enfrentan a diferentes situaciones que les impiden su incorporación al trabajo o que ésta se vea truncada. Uno de los factores más frecuentes es la carga de las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, lo cual representa un impedimento para avanzar en el terreno laboral” (Velasco, 2013, p.1). Existen datos disponibles de un buen número de países que muestran que las mujeres tienen jornadas diarias más largas que las de los hombres, ya que a las responsabilidades de cuidado y del trabajo doméstico no remunerado asignadas a ellas tradicionalmente, se suma el trabajo remunerado. La encuesta Nacional del Uso de Tiempo, realizada por el INEGI en 2002, muestra que en la República Méxicana el 96% de las mujeres mayores de quince años participan en tareas laborales, mientras que 82.9% de los hombres de la misma edad, lo hacen. En relación con otros países de América Latina, estos datos son alentadores, pero no suficientes puesto que aún se muestra una diferencia de 13.1% entre ambos géneros. En cuanto a datos referentes a otros países de la región, las naciones con brechas más amplias en población que realiza tareas domésticas son: Guatemala, con una diferencia de 45.6% entre hombres y mujeres (mayor cantidad de mujeres); y Nicaragua, con 38.8% más mujeres que hombres involucrados en las tareas del hogar (Mires, 2011, p.24). Estos datos, que para muchos podrían resultar naturales o nada sorprendentes, no son más que la manifestación estadística de la desigualdad y la prevalencia de roles que se asocian a lo femenino, que como se ha mencionado en el párrafo anterior, son consecuencias y restos históricos de sociedades en las que la mujer no era sujeto de derecho.

Ahora bien, de las mujeres que tienen acceso a trabajos dignos, existen patrones de desigualdad dentro de esos trabajos. Uno de los más significativos, y que apelan a la injusticia es disparidad de salarios entre hombres y mujeres que realizan el mismo trabajo. “En todo el mundo, las mujeres ganan menos que los hombres. En la mayoría de los países, las mujeres en promedio ganan sólo entre el 60 y el 75 por ciento del salario de los hombres” (ONU, 2014). De igual forma, existen datos que muestran que el tener un sexo u otro afecta directamente en el salario, sino también en las posibilidades de adquirir puestos de mayor rango dentro de un organismo. Un ejemplo muy claro se ve en el campo de la tecnología, ya que “de las mujeres académicas empleadas en el sector ciencia y tecnología, sólo 3.4% participa en puestos directivos, mientras que la participación masculina promedio en los mandos superiores es de 82.5%” (Ordorika, 2015, p. 10), una diferencia de más del 70%. Esto indica que, más allá del trabajo que realices, tu género puede determinar tu nivel de ingresos, y, el simple hecho de ser mujer representa un menor poder adquisitivo, lo que se traduce en menor capacidad para obtener servicios y una calidad de vida inferior al de los hombres. Esta afirmación es preocupante, ya que nos indica que la mayor parte de la población mundial, vive en condiciones de desigualdad.
Hasta ahora ha quedado claro que la desigualdad de género en ámbito laboral aún está presente en nuestra sociedad, sin embargo, en el caso de la educación ¿existe la desigualdad de género?, y si es así ¿cómo se presenta y de qué manera se relaciona con la desigualdad de género en cuestión laboral? “Existe consenso en la literatura en reconocer que la educación como estructura contribuye a solidificar los estereotipos de género y a estigmatizar a las personas según dicho estereotipo, comenzando ya desde el jardín infantil ” (Velásquez en Martínez & Urrutia, 2013, p.553). Esto quiere decir, que desde pequeños, los niños y niñas aprenden y adoptan los estereotipos que se les imparten en las escuelas, y aprenden aquello que “deben” y “no deben” hacer; marcando claras diferencias por género; el problema aquí no es únicamente la creación de paradigmas, sino que dichos paradigmas afirman que existen “capacidades innatas diferenciales en hombres y mujeres” (Martínez & Urrutia, 2013, p.553). Las consecuencias de dichos sexismo y “la discriminación de género en la educación serían responsabilidad de la equidad post-sistema, en este caso del mercado laboral en lo que tiene que ver con la discriminación salarial y la segmentación del trabajo” (Fuentes, 2006, p.33). En otras palabras, los estereotipos y las concepciones tradicionales de las capacidades de mujeres y hombres, marcan una pauta de desigualdad de género que en la educación y posteriormente, en el trabajo; irónicamente esta desigualdad también comienza en la educación.

Conclusión

La desigualdad de género en el ámbito laboral y estudiantil es un problema ético y social que afecta a la miles de mujeres y niñas alrededor del mundo. Aunque en algunos lugares las diferencias de género (y del valor que se le asigna a cada género) son casi imperceptibles, aún existe una notable brecha que limita las oportunidades y posibilidades de desarrollo íntegro de gran parte de la población femenina (y en algunos casos también masculina). Quiero puntualizar y nuevamente hacer referencia al valor que se le asigna a cada sexo en la sociedad, pues, al asignarle un valor diferente a cada uno de ellos se reconoce que uno es inferior, y se atenta contra el principio universal de la igualdad y también contra la dignidad humana. Como seres humanos, como iguales que somos por el simple hecho de existir, debemos garantizar igualdad de oportunidades y derechos para todos los ciudadanos. En el ámbito laboral y estudiantil, esto puede sonar relativamente sencillo, basta con un buen marco legal que defienda los derechos de ambos sexos por igual y asegure que todos y todas tengamos las mismas oportunidades. Lamentablemente, el problema de desigualdad de género en el trabajo y en la escuela está relacionado con diferentes factores tanto económicos como sociales.
En mi opinión, para lograr avances notables hacia la igualdad laboral, hace falta primero hacer un cambio notable en la forma de pensar de niños y jóvenes (principalmente); no solo que la ley defienda los derechos de hombres y mujeres, sino que la teoría de igualdad de género en todos los sentidos sea una convicción en miembros de las comunidades; de esta forma, los ciudadanos velarán para hacer valer los derechos de todos y cuidarán que la ley también lo hiciera. ¿Cómo lograr este gran cambio? Desde la educación, desde pequeñas actitudes que favorezcan la igualdad, basta con quitar de las escuelas estereotipos que categorizan a la mujer como débil y al hombre como violento; con promover la capacidad de las mujeres y la sensibilidad de los hombres. En cuanto a la población adulta que sufre de desigualdad de género, pienso que el cambio está en la denuncia y la exposición de aquellos temas y situaciones en los que las diferencias se hacen notables para reprimir nuestros derechos, en esos momentos más que nunca es necesario hablar, hacer valer nuestras garantías individuales y no quedarse callados; hacerse notar ante las injusticias para crear un cambio en nuestro alrededor y exigir a las instituciones la protección a la dignidad de todos.




























Referencias

Cosse, G; Braslavsky, C; (2006). Los Logros Académicos, el Futuro Laboral y la Equidad Educativa. REICE. Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, 4() 58-83. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=55140205

Fuentes Vásquez, L Y; (2006). GÉNERO, EQUIDAD Y CIUDADANÍA: ANÁLISIS DE LAS POLÍTICAS EDUCATIVAS. Nómadas (Col), () 22-35. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105116598003

Gil, R. (1999). Valores Humanos y Desarrollo Personal. 1st ed. España: Editorial Escuela Española, pp.16-18.

Martínez Labrín, Soledad, & Urrutia, Bruno Bivort. (2013). Los estereotipos en la comprensión de las desigualdades de género en educación, desde la psicología feminista. Psicologia & Sociedade, 25(3), 549-558. https://dx.doi.org/10.1590/S0102-71822013000300009

Mires, L. (septiembre, 2011). Avance de la igualdad de género en el marco del trabajo decente. Comisión Interamericana de Mujeres Sitio web: https://www.oas.org/es/CIM/docs/AvanceGeneroTrabajoDecente-SP[Final-Web].pdf

Ordorika, I; (2015). Equidad de género en la Educación Superior. Revista de la Educación Superior, XLIV (2)() 7-17. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=60439229001

Velasco Jiménez, M T; (2013). La equidad de género: ¿utopía o realidad? Revista de Especialidades Médico-Quirúrgicas, 18() Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=47326333001

Rachels, J. (2006). Introducción a la Filosofía Moral. 1st ed. México, pp.204-206.



Bibliografía complementaria

Bonder, G; (2004). EQUIDAD DE GÉNERO EN CIENCIA Y TECNOLOGÍA EN AMÉRICA LATINA. Comisión Interamericana de Mujeres. Recuperado de http://portal.oas.org/LinkClick.aspx?fileticket=mazNKYtWAVY%3D&tabid=1527

Organización de las Naciones Unidas (2015). Hechos y cifras: Empoderamiento económico. Marzo, 2015, de Sitio web: http://www.unwomen.org/es/what-we-do/economic-empowerment/facts-and-figures#notes

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