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Arturo Hernández Martínez
En este punto, creo que sería algo inusual que usted, estimado lector,
no estuviera consciente del movimiento de “Los indignados”, un grupo de
personas que persiguen la idea de una sociedad en la que la economía no se
enfrente a un punto de tal desigualdad como sucede en la actualidad, donde las
vastas riquezas que posee nuestro planeta sean distribuidas de una manera que
por lo menos se asemeje a lo uniforme, pero cabe mencionar que la idea de este
movimiento ha sido algo constante a través de los años, un tema del que se habla
y se habla y se habla, pero parece que no vemos cuándo llegará el cambio para
la sociedad en general, y entonces… ¿Qué es lo que hace falta para que ese
ínfimo, pequeño, diminuto, vergonzoso (entre otros adjetivos adecuados) grupo
de personas que mantiene todas las riquezas se dé cuenta de que no estamos
felices? Palabras han quedado perdidas en el aire, protestas que han encontrado
la forma de volverse “normales” se han establecido pero… ¿No hay una respuesta
todavía? Esto me lleva a pensar que quizá estas personas no están “entendiendo”
lo que se les ha querido transmitir de mil formas, y como a todos les gustan
los cuentos ¿Por qué no contarles uno a ellos?
Escuchen bien 400 estadounidenses más ricos y sus afines: Érase una vez
una tierra llamada “Capitopoli” en la que el orden estaba establecido, los
ricos por siempre seguirían siendo muy ricos y los pobres… Seguramente morirían
pobres. Incluso en una tierra llamada “Estados Unidos” el 1% de las personas
tenía una riqueza mayor que el 90% de los habitantes en general. Y es así como
se vivían los días y las noches, los pobres trabajaban, trabajaban y trabajaban
pero aun así sus ingresos económicos apenas eran lo suficiente para que
pudieran “sobrevivir”; mientras que los ricos, sólo tenían que conservar sus
riquezas y asegurarse de que los pobres no tuvieran forma de arrebatarles sus
tremendos lujos, de los cuales la mayoría de las veces no tenían ni forma de
aprovechar.
Todo iba “bien” hasta que algunos miembros de la comunidad se dieron
cuenta de que no era justo que algunos murieran de hambre, mientras que otros
fácilmente podrían morir por comer demasiado. Así que decidieron levantar la
mano, para de manera pacífica llegar a un acuerdo y cambiar el régimen que de
alguna forma se había vuelto “normal” para que así hubiera un sentido de
igualdad, fundamentando que todos tenemos los mismos derechos y deberíamos
tener las mismas oportunidades, además de que un mundo en el que 400 personas
tuviesen muchas más riquezas que otros 150 millones parecía simplemente tonto,
hasta cierto punto incoherente.
En una parte de la tierra llamada “Guadalajara” (nada que ver con la
Guadalajara que conocemos, eh) abundaba la violencia, la corrupción y la
pobreza, donde la mitad de las personas no tenían trabajo y donde casi un
tercio de los 25 millones de habitantes, siendo jóvenes, ni trabajaban ni mucho
menos tenían la oportunidad de estudiar. Además de que hasta la comida era
peligrosa, ya que ¡29.3% de la población vivía con cierto nivel de inseguridad
alimentaria!
Y así fue que los sabios de la tierra hablaron: Slavoj Zizek, contaba
que el problema no eran las personas sino que el sistema se había descontrolado
y ahora en vez de ayudarnos, nos orillaba a rendirnos, a dejar de luchar y a
que aquellos que trataban de cambiar las cosas no lograran llegar a ninguna
resolución contundente; en otro lado de la comunidad, Paco Gómez Nadal,
establecía que en realidad muchos de aquellos que se están quejando de las
fallas del sistema de manera pública no quieren en realidad un nuevo sistema,
argumentando que “ser indignado es fácil, pero luchar es diferente” (Gómez
Nadal, 2011), cita a la que yo le añadiría un “muy” justo antes de la palabra
“diferente”.
Pero tampoco sería justo decir que nadie está haciendo nada por el
sistema financiero, porque de hecho lo están haciendo, sólo que “para ellos la
prioridad no es la gente, sino los bancos” (Jornada, 2011) y las grandes
potencias en su lucha por salvar un novedoso sistema financiero que comenzaron
a implementar hace casi 50 meses, decidieron utilizar recursos públicos para
así proteger a los intereses privados, lo que evidentemente fue exitoso puesto
que sólo basta ver cómo está la situación en países como Grecia para darnos
cuenta de esto (sí, los cuentos también pueden tener algo de sarcasmo).
Y aquí es cuando tenemos que percatarnos de que más que un “cuento”,
esto es una realidad, es nuestra
realidad, pero ahora que hemos detectando algunas de las principales
controversias de nuestra situación ¿Qué es lo que podemos hacer? ¿Qué
deberíamos hacer? Porque supongo que estamos de acuerdo en que quejarnos sólo
por la falta de otra cosa que hacer, no es y nunca será algo productivo (¿cierto
Paco Gómez?), pero aquí nos vemos en la tarea de escoger otra corriente, otra
perspectiva de la justicia que en realidad logre generar una situación equitativa
entre todas las personas, donde todos tengamos las mismas oportunidades de
alcanzar el éxito, donde nos demos cuenta de que el capitalismo nos ha
consumido (irónico, ¿no?) y aquí el problema reside en que quizá todavía no
existe esa perspectiva adecuada que genere el estatus social que buscamos (o
nos negamos a aceptar que quizá Rawls tenía mucho más razón de la que creíamos
porque su “posición original” y el “velo de ignorancia” no parecen tan malas
ideas en este momento…), pero no por eso dejaremos de luchar para que en algún
momento, ojalá cercano, los “indignados” sean llamados los “escuchados”.
Pero mientras tanto, de algo sí podemos estar seguros y eso es que: Si
no hacemos escuchar nuestras ideas, el cambio no vendrá. Nosotros tenemos el
conocimiento, la información necesaria y la esperanza de una sociedad mejor así
que ¿Por qué no alzar la voz? ¿Cuál es la necesidad de vivir en este triste
cuento de hadas al que nos han introducido a la fuerza? Aquí es cuando nuestro
personaje entra al cuento y se percata de que tiene el poder de cambiar las
cosas, así que… ¿Cuál será nuestra siguiente línea?
BIBLIOGRAFÍA
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*Velázquez,
Manuel G. (2006). Ética en los negocios. México: Pearson Educación.
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