Una
vida prestada
Diego
Francisco Barrera Rivera
Me gustaría
transportarme hace miles de años atrás cuando la única actividad económica que
existía era el trueque o intercambio de bienes. El valor de los bienes se los
daban por el uso o necesidad que cubrían dichos bienes, pero con el tiempo la sociedad
se vio obligada a definir una moneda de cambio. La primera moneda conocida
fueron y sigue siendo los metales preciosos que se empezaron a usar desde la
antigua Mesopotamia (Eagleton, 1997, pág. 16). Poco a poco se fue
industrializando el dinero con ello los servicios que de esto podían nacer de
él, de ahí nacen los prestamos e interés.
En la actualidad, no es
indispensable llevar contigo un papel o metal precioso para realizar una transacción, sino que lo único que
necesitas es un pedazo de plástico de cinco por ocho centímetros, o en palabras
más puntuales, una tarjeta de crédito. Pareciera que dicho pedazo de plástico
que aparentemente no tiene un valor considerable, es más valioso que incluso
los metales preciosos, ya que con ella se nos “abren” fenomenales
oportunidades.
¿Qué es una tarjeta de crédito?
¿Para qué sirve? ¿Cuáles son las ventajas y desventajas de su uso? “Se trata de
una operación bancaria que implica la celebración de varios contratos que están
vinculados entre sí tras una finalidad económica en común. Mediante ella se
pretende lograr, por una parte, que el cliente pague la adquisición de bienes o
la prestación de servicios sin utilizar el dinero ni documentos representativos
de dinero, difiriendo además el pago a una época determinada…”(Sandoval, 191,
pág. 13). Como lo denota Sandoval la tarjeta de crédito no es dinero, ni
equivalente de ello, sino que es un servicio bancario, por el cual estamos
obligados a pagar lo que se adquiere con ella.
La sociedad actual está cada vez más
acostumbrada al uso de plástico en cualquier lugar. Esto se deriva al efecto “spending-facilitating
stimuli” que tiene la
tarjeta en los consumidores. Al no hacer la transacción en el momento y con
dinero físico el consumidor siente como si no estuviera gastando, de esta
manera la valoración de los productos y necesidad se vuelven totalmente
relativos (Lie, 2010). Esto es una amenaza sobretodo para una población tan
joven como en la que vivimos, en la que existen aproximadamente 4.6 millones de
tarjetas de crédito contratadas por jóvenes (Sotiropoulos, 2012). Jóvenes, que
buscan consumir cuanto más productos nuevos sean posibles, solo para satisfacer
su “hambre” de comprar.
Me gustaría poner un ejemplo muy
puntual, la compra de unos tenis. La necesidad es clara, unos tenis, vas a
determinada tienda en búsqueda de estos tenis, pero sólo cuentas con un
presupuesto de diez dólares. Al llegar a la tienda elijes los tenis de tú
preferencia y gastas 9 dólares de tu presupuesto, lo que te deja con un dólar
restante, pero observas una camisa que te gustó con un precio de 5 dólares.
Dicha camisa entra en la promoción de meses sin intereses, entonces te decides
a comprarla dado que consideras una oportunidad muy buena de compra. ¿Qué paso?
Te saliste de tu presupuesto dado que la tarjeta te permite pagar después por
lo que puedes tener hoy, pero no puedes tener la certeza de que podrás cumplir
con esa deuda, por lo que la compra lejos de ser una oportunidad se convierte
en un eminente riesgo.
Claro que en ejemplo pasado sólo se
sobrepasó por 4 dólares, pero supongamos que este efecto se presente en todas
las compras que se realicen, es ahí donde el verdadero riesgo está. Sin
embargo, este efecto resulta ser más fuerte con los jóvenes, ya que no cuentan
con una experiencia adecuada para el uso de este pedazo de plástico.
(Sotiropoulos, 2012).
Ahora es hora de voltear a quién nos
está brindando el servicio crediticio, los bancos. El “banco es un
intermediario entre los depositantes (quienes le prestan dinero) y los
prestatarios (a quienes les presta dinero). Lo que paga por los depósitos, y lo
que cobra por los préstamos que otorga, son en ambos casos intereses” (Gobat,
2012). La parte “jugosa” para los bancos es precisamente como lo menciona Gobat
en su artículo, los intereses. Además
que los bancos cobran una parte proporcional de las ventas de los
establecimientos que pretendan obtener una terminal o el servicio de cobro por
tarjeta (Schuh, 2010).
En México el mercado de tarjetas de
crédito al igual que en el mercado mundial va en crecimiento, y es que muchas
familias subsidian los gastos con dichos artefactos. De acuerdo con Correa en
el artículo de Carrillo “Crece el crédito a través de tarjetas” (2010) el
mercado más competitivo para los bancos son precisamente las tarjetas de
crédito, ya que ahí pueden desarrollar nuevas e innovadoras estrategias para la
otorgación de nuevos y mayores créditos.
Según Carrillo una persona solicita
un servicio crediticio con base a sus ingresos y gastos, suponiendo que
hablamos de un escenario estable (2010). Entonces tendríamos que analizar por
qué son los bancos los que proponen un aumento en crédito en gran cantidad de
ocasiones, en lugar de los mismos solicitante de los créditos. Como Gobat (2012)
nos explica un banco gana por intereses que cobra sobre un préstamo, y el
efecto de una tarjeta de crédito como un estímulo de compra fácil se vuelve aun
mayor con una capacidad que sobresale de nuestras capacidades económicas, ya
que podemos satisfacer más y más placeres.
Desde el punto de vista Ético, las
tarjetas de crédito no son en sí el problema, sino el uso que se les puede dar.
Es decir, hablamos de satisfacer placeres, que nos trae a la mente el Hedonismo,
pero placeres que no están centrados. Entre más tenemos más queremos, los
estímulos que nos causan una tarjeta de crédito hace que nuestros deseos de
comprar incrementen. Ya no estamos hablando de satisfacer necesidades
primarias, como comida, hogar o educación. En otras palabras nos hemos vueltos
insaciables, incapaces de valorar las cosas, ni darle la debida importancia a
ellas.
Es necesario para saber bien dónde
estamos situados en realidad hacer un examen racional, es decir, ver qué
necesitamos realmente, cuál es nuestra capacidad económica para solventar
deudas y diversificar los placeres entre válidos e inválidos. En otras
palabras, ser una persona prudente, que como lo define Cortina; una persona
prudente, es aquel que no sólo toma en cuenta el momento, sino todo su conjunto
de vida (1996). Si somos prudentes al momento de usar el plástico como medio de
pago, no tendremos problemas ni hoy ni el día de mañana, ya que tomamos en
cuenta todo nuestro historial crediticio, posibilidades e ingresos. Porque
generalmente actuamos de manera imprudente, “quien elige pensando sólo en el
presente y no en el futuro” (Cortina, 1996). Actuar con mayor mesura al momento
de realizar las compras, puntualmente, no dejar que otra persona o una
promoción decida por ti.
Los bancos son establecimientos que navegan
con bandera de utilitaristas, pero en el fondo son más hedonistas, ya que velan
por sus propios intereses. Cortina nos dice que el utilitarismo nace del
hedonismo, pero con un sentido más social, donde se busca la mayor felicidad
para el mayor numero de personas. Por otro lado, el hedonismo es más
individualista, es decir, buscar mí felicidad (1996). Una educación crediticia
adecuada ayudará que las personas actúen prudentemente, ya que si las personas
saben cómo consumir, los bancos se verán obligados a cambiar sus estrategias de
crédito, y se convertirían en instituciones realmente utilitaristas, pero con
fines de lucro.
Los bancos en muchas ocasiones
utilizan a los consumidores como un medio para su fin, que es lucrar,
aparentando oportunidades abstractas que impulsan el endeudamiento y por
consiguiente producen intereses, esto va en contra de lo que Cortina relata
sobre el pensamiento Kantiano donde las personas son absolutamente valiosas y
son su propio fin, y no se pueden cambiar a ningún precio (1996). Lo que
propondría es un tratado interbancario que se preocupen y velen por los
intereses de ellos, pero sin ignorar la situación de sus clientes. No otorgar
créditos a sus clientes sin ninguna razón argumentada, y promover la educación crediticia, una vez más estamos
hablando de actuar prudentemente, pero ahora desde el punto de vista de los
bancos.
Como conclusión, como un usuario
vigente desde hace 2 años de una tarjeta de crédito, he tenido la oportunidad
de entender mejor este efecto que causa dicho plástico. Sin embargo también he
notado que los créditos son de gran utilidad si se pueden y saben manejar. Gran
parte de mis transacciones son por medio de una tarjeta de crédito, ya que
prefiero no cargar efectivo conmigo, pero tengo en mente tres cosas; solvencia,
tiempo para pagar y necesidad real. Creo que teniendo estos tres factores en
mente puedes tener una rendimiento provechoso de este servicio. Además es
fructífero hacerte de un historial crediticio, más que por la imagen a la
sociedad, porque forjas carácter.
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Cortina,
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