Alan
Daniel Valdovinos Uribe
Instituto
Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey
alanvaldo@hotmail.com
Resumen
El tema del cambio climático ha ido cobrando importancia
a lo largo de las últimas décadas hasta convertirse en uno de interés central
para todas las naciones del mundo, lo cual era de esperarse y es que este tema
envuelve una infinidad de problemas graves que actualmente nos afectan a todos
y cada uno de los habitantes de nuestro planeta Tierra y que pueden empeorar en
los próximos años. Además, su importancia es aún más grande por todas las
implicaciones éticas, las cuales ponen en cuestión los sistemas económicos,
políticos y sociales que hemos adoptado estos últimos años.
Palabras
clave: recursos naturales, responsabilidad moral, derechos
humanos, justicia, egoísmo ético, intereses comunes, sustentabilidad,
capitalismo.
La primeras interrogantes que nos pueden venir a la mente
pueden ser: ¿cuál es el origen del cambio climático; qué, quién o quiénes son los responsables de
este problema; o será que la Tierra está entrando en una etapa natural de
desequilibrios climáticos (entendiéndose natural como algo ajeno a las acciones
del hombre)? Afortunadamente, gracias a los estudios científicos, ya tenemos
las respuestas, los puntos de partida para abordar el problema. El origen está
en nosotros, los seres humanos, por la excesiva quema de hidrocarburos desde la
era industrial hasta la fecha y por la inmensa deforestación que hemos causado.
Sin embargo, aunque fuimos causantes, nunca fuimos responsables moralmente de
este problema. Si realizáramos un viaje al pasado hacia a mediados del siglo
XVIII, época en que apareció la revolución industrial, entonces
seríamos testigos de la
inmensa cantidad de recursos naturales que teníamos y no se nos hubiera cruzado
por la mente que esa aparente infinidad de recursos alguna vez pudieran
terminarse.
Gracias a esta revolución los tiempos de producción se
acortaron por las nuevas máquinas que funcionan a base de combustibles fósiles
y empezó una sobreproducción acompañada con una sobreexplotación de recursos
naturales y un crecimiento exponencial
de la población mundial, comenzando con 700 millones de personas a mediados del
siglo XVIII, aumentando a 1000 millones a principios del siglo XIX, seguido de
2000 millones para el año 1927 y, a finales del siglo XX, ya éramos 6000
millones de habitantes con lo cual, tenemos que la población creció un 400% en
un solo siglo. Este crecimiento está
evidentemente ligado con el incremento exponencial del uso de los recursos,
energía, territorios para cultivo y vivienda y el incremento de desechos
contaminantes (McLamb, 2011). Además, el
crecimiento incesante del mercado se tradujo
en la intensificación del ritmo de depredación de la naturaleza y de
generación de desechos contaminantes, hasta llegar al momento en que percibimos
que nos estábamos acabando los recursos y su renovación ya no estaba a la par
con el ritmo de producción. Como se puede apreciar, esta manera de preocuparse
por el medio ambiente es un fenómeno histórico reciente, pues las fuerzas
productivas nunca habían sido capaces de causar un daño tan grande a la
naturaleza que pusieran en peligro a la humanidad misma (Covarrubias, 2011).
Los científicos han construido un esquema de la evolución
del clima de la Tierra desde hace cientos de miles de años mediante complejos
análisis y estudios de glaciares, árboles, restos de polen, sedimentos
oceánicos y patrones en el orbitar de la Tierra. El record conseguido muestra
que el clima ha estado cambiando naturalmente entre extensos periodos de tiempo
(EPA, 2014). Entonces podríamos pensar que la Tierra está entrando en otra de
esas etapas, pero no es así. En
general, antes de la Revolución industrial, los cambios en el clima pueden
explicarse mediante causas naturales como los cambios en la
energía solar y las
erupciones volcánicas. Sin embargo, el cambio climático reciente no puede
explicarse con causas naturales, más bien, la actividad humana es la única
causa que encaja perfectamente.
Entonces, ¿por qué sí somos causantes, pero no
responsables? La respuesta es simple, porque ignorábamos las consecuencias que
iban a traer nuestros actos. Según Aristóteles, para que el individuo sea
responsable de sus actos debe darse la condición de que el sujeto no ignore las
circunstancias ni las consecuencias de su acción, o sea, que su conducta tenga
un carácter consciente (Sánchez, 2006). Por ello, no podemos decir que todo
aquel que contribuyó al cambio climático estaba actuando incorrectamente. Nadie
sabía lo que se avecinaba por su actuar contra el ambiente. Sin embargo, ahora
que ya sabemos cuál es la raíz del problema, esta es el desarrollo
insostenible, todos somos responsables de cualquier acto que cometamos en
contra del medio ambiente y la ignorancia ya no nos exime pues, según Sánchez
‘‘hay veces en que el agente ignora lo que pudo haber conocido o lo que estaba obligado
a conocer. En pocas palabras, la ignorancia no puede eximirle de su
responsabilidad, ya que él mismo es responsable de no saber lo que debía
saber’’ (2006).
La actividad humana contaminante contribuye al
calentamiento global y este, a su vez afecta a la integridad de los
ecosistemas, la biodiversidad y a la especie humana, por lo que al agravarlo
causamos dichos efectos secundarios que, a final de cuentas, son violaciones a
los derechos humanos. Barba los describe como ‘‘una colección, reunida en
milenios de proceso humanizador y civilizador, de los privilegios legales de
todo ser humano. Son un bagaje natural -una naturaleza sociojurídica- de toda
vida humana que despierta sobre el mundo. Son la carta de entrada a la
estructura de las relaciones sociales reguladas; una forma de naturalización
social y jurídica por la recepción intergeneracional de una herencia racional y
espiritual milenaria. Son la materialización jurídica del ideal forjado en la
experiencia común de personas, grupos, pueblos y naciones. (1997) y también Barba dice que ‘‘el derecho
primordial de la vida exige respeto a su integridad, a su desarrollo pleno, a
la sociabilidad necesaria para la satisfacción de las necesidades, el respeto a
la familia a otros grupos de socialización, a la naturaleza, etc. Siendo la
vida una condición común a tantas y tan diversas formas que pueblan la tierra,
sentimos que el derecho a la vida es la verdad principio de toda enseñanza de
los derechos humanos. Entonces, el derecho a la vida no es un derecho más, sino
un valor que funda a todos los derechos humanos y el que les da sentido’’ (1997).
Las personas más vulnerables a los efectos del cambio
climático son aquellas que habitan pequeñas islas, a las orillas de los ríos,
algunas regiones costeras y zonas cercanas al ártico. Igualmente vulnerables
son aquellos habitantes de zonas áridas y semiáridas que sí bien, hoy día
sufren de sequías, en el futuro, éstas podrán prolongarse. Otros grupos
vulnerables son los ancianos y los niños y la gente que vive en pobreza, pues
es más difícil que se adapten a cambios bruscos del clima. Por otro lado, el
cambio climático no afecta solamente a los humanos, sino también a la
integridad de toda la biodiversidad, de la cual depende la vida (COMEST, 2010).
Al ver la definición de los DDHH que construyó Barba, nos damos cuenta de que
estas personas, en efecto, sufren atentados hacia sus derechos, pues no tienen
integridad y tampoco un desarrollo pleno. Están recibiendo un daño, entendiéndose,
de acuerdo a Olivé como ‘‘aquello que directa o indirectamente interfiere con
su capacidad para desarrollar las actividades esenciales para realizar su plan
de vida, o que interfiere con las actividades mismas que constituyen ese plan
de vida’’ (2004).
Ahora que justifiqué el sentido de responsabilidad que
tenemos todos con el cambio climático y sus efectos dañinos contra los DDHH,
tenemos que tomar medidas para afrontar esta problemática que hemos creado,
pero ¿cómo? La respuesta es realmente complicada. No se trata simplemente de
imponer nuevas leyes que favorezcan el cuidado del medio ambiente a todos los
habitantes del mundo. En realidad hay muchos temas en juego y uno de ellos es
la justicia. ¿Qué naciones son culpables del cambio climático? ¿Su ignorancia
sobre lo que han provocado las exonera? ¿Las
naciones que no contribuyeron al cambio, merecen la carga de contrarrestarlo? ¿Aquellos afectados
deberían recibir alguna compensación? (COMEST, 2010). Desde una perspectiva
sociológica, la justicia significa igualdad de oportunidades, superación de
distancias y liberación de situaciones humillantes, denuncia del orden
establecido y compromiso para el cambio de estructuras generadores de
desigualdades (Gil, 1999). Desde una perspectiva ética, está bien establecido
el principio de que aquellos que tienen la habilidad de prevenir o aliviar un
mal sufrido por otros y están en una posición de ejercer dicha habilidad sin
sacrificar un valor más grande que el que es rescatado, tiene un claro deber de
ayudar (COMEST, 2010). Dicho esto, no tendría sentido que una nación pobre
sacrificará los pocos recursos que tiene para combatir el problema, sería como
pedirle a alguien que no sabe nadar que fuera guardavidas. Sin embargo, sí
sería éticamente sancionable que una potencia mundial, retomando el ejemplo
anterior, fuera como un guardavidas profesional con la condición y el
equipamiento para rescatar a una persona ahogándose, pero eligiera quedarse
parado y rehusarse a hacer algo.
La razón por la cual es éticamente correcto ayudar,
aparte de ser un acto de generosidad, una de las virtudes descritas por
Aristóteles, también tiene otra razón. Para explicarla, primero me gustaría
tomar en cuenta la teoría del egoísmo ético. Según ésta, cada quien debe buscar
exclusivamente su propio interés. Dice que nuestro único deber es hacer aquello
que es lo mejor para nosotros mismos (Rachels, 2007). En todo caso, las
naciones que no quisieran gastar sus recursos para el apoyo podrían justificar
que sus intereses son más importantes que los de aquellos territorios
vulnerables. También dicha teoría sostiene que cada uno de nosotros debemos
dividir el mundo en dos categorías de personas -nosotros mismos y los demás-y
que consideremos los intereses de primer grupo como más importantes que los del
segundo grupo. Pero cada uno de nosotros puede preguntarse, ¿cuál es la
diferencia entre mí mismo y todos los demás que justifique colocarme a mí en
esta categoría especial, qué me hace tan especial? Al no contestar esta
pregunta resulta que el egoísmo ético es una doctrina arbitraria. Está aserción
nos lleva a la respuesta del porqué deben importarnos los demás. Los intereses
de otras personas deben importarnos por la misma razón por la que nos importan
nuestros propios intereses porque sus necesidades y deseos son comparables con
los nuestros. Darse cuenta de esto, de que estamos en igualdad de condiciones
unos con otros, es lo que constituye la razón más profunda de por qué nuestra
moral debe incluir algún reconocimiento de las necesidades de otros (Rachels,
2007). En resumen, los demás son tan valiosos como nosotros y es nuestro deber
respetarlos.
Afortunadamente, para solucionar este tema de la
justicia, ya se han tomado cartas en el asunto y un ejemplo de ello es el
Protocolo de Kioto, el cual compromete a los países industrializados a
estabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero. Establece metas
vinculantes de reducción de las emisiones para 37 países industrializados y la
Unión Europea, reconociendo que son los principales responsables de los
elevados niveles de emisiones de GEI que hay actualmente en la atmósfera. En
este sentido el Protocolo tiene un principio central, el de la ‘‘responsabilidad
común pero diferenciad’’ (UNFCC, 2014). Dicho principio está relacionado con la
justicia distributiva con la cual, según Gil, ‘‘la sociedad tiene que tratar
con justicia a sus miembros repartiendo equitativamente los derechos y los
deberes, los poderes y obligaciones, las prerrogativas y las garantías, los
ingresos y los impuestos, los premios y sanciones’’ (1999).
Otro tema en juego es la responsabilidad que tenemos con
las generaciones futuras. Aunque no estén en el aquí y ahora, debemos respetar
y obrar por el bien de las personas que habitarán el planeta en el futuro,
tenemos que respetar tanto su dignidad como la nuestra. Volviendo al egoísmo
ético Thomas Hubbes sugirió que el principio de esta teoría conduce a la Regla
de Oro: no debes ‘‘hacer a los demás’’ lo que no quieras que te hagan porque si
lo haces, los demás muy probablemente ‘‘te lo harán’’ (Rachels, 2007). Desde
este punto de vista, nuestro sentido de responsabilidad se pierde con las
generaciones futuras, pues si contribuimos a la contaminación del medio
ambiente, obviamente estaríamos perjudicándolas, sin embargo, cuando los
efectos de nuestras acciones sean sufridos por ellos, ya no podrán tomar
medidas contra nosotros pues, lo más probable, es que ya no estaremos. El
egoísmo ético es ampliamente criticado y regir nuestro actuar acorde a sus
principios resulta ser maligno. Empeora los conflictos de intereses, es
contradictoria y no toma en cuenta la condición de igualdad que tenemos. Esta
condición de igualdad es la base fundamental que nos llama a respetar a los
demás, a respetar su dignidad. Siguiendo este razonamiento, los seres humanos
que vivirán en el futuro también tienen dignidad y debemos contribuir a la
solución del cambio climático para respetarla.
Por
último, una vez discutidos los temas de la responsabilidad, los derechos
humanos, la justicia y la dignidad y su relación con el problema del cambio
climático, solo queda una pregunta, ¿cómo debemos de actuar para resolver el
problema (siendo la solución un conjunto de acciones cuyos efectos se verán
reflejados muy paulatinamente) y qué debemos cambiar para que esta resolución
en verdad se ejecute? Si comienzo con la segunda pregunta y al retomar las
causas del cambio climático -la sobreexplotación de recursos-, la respuesta a
ésta es que el capitalismo ha sido el causante principal. Bajo este sistema, la naturaleza queda
reducida a simple objeto, a fuente de recursos, lo que abrirá paso a la
mentalidad industrialista depredadora, que ve al hombre dependiente sólo de la
civilización, pero no de la tierra: lo cual, según Descartes, ‘’es muy de
desear no sólo por la invención de una infinidad de artificios que nos harán
gozar sin ningún esfuerza de los frutos de la tierra, y de todas las
comodidades que hay en ella’’ (Ballesteros, 1995). Pero los ritmos de la
naturaleza no son los mismos que los ritmos de la sociedad capitalista. Un
árbol talado, en tres meses puede entrar convertido en un escritorio e
instalado en una oficina, pero ese árbol tardó 40 o 50 años en alcanzar su
madurez y las sustancias químicas empleadas en la producción del escritorio
tardarán cientos de años en ser degradadas por la naturaleza. La madera es solo
un ejemplo, pero lo cierto es que el material de todos los productos siempre es
tomado de la naturaleza. En resumen, el ‘‘medio ambiente’’ creado por el hombre
en el proceso de humanización de la naturaleza, no ha significado otra cosa que
la contaminación, depredación y destrucción de las condiciones naturales y de
los ciclos vitales de otras especies (Covarrubias, 2011).
Para
ajustar el régimen capitalista con nuestras necesidades actuales, se están
discutiendo políticas del desarrollo sostenible que buscan armonizar el proceso
económico con la conservación de la naturaleza favoreciendo un balance entre la
satisfacción de las necesidades actuales y las de las generaciones futuras. El
concepto de sustentabilidad se funda en el reconocimiento de límites y
potenciales de la naturaleza, así como la complejidad ambiental, inspirando una
nueva comprensión del mundo para enfrentar los desafíos de la humanidad de en
el tercer milenio. Promueve una nueva alianza naturaleza-cultura fundando una
nueva economía, reorientando los potenciales de la ciencia y la tecnología, y
construyendo una nueva cultura política fundada en una ética de la
sustentabilidad -en valores, creencias, sentimientos y saberes- que renuevan
los sentidos existenciales, los mundos de vida y las formas de habitar el
planeta Tierra (Tangencial, 2002).
Reflexiones
finales
El cambio climático es
un problema grave y tenemos que estar informados sobre los avances,
sugerencias, convenciones, leyes y principios en torno al tema. Es nuestra
responsabilidad cuidar de este mundo, nuestro único hogar y es indispensable la
cooperación entre todos para aportar a su solución. El futuro de la humanidad y
del planeta Tierra está en nosotros, no dejemos que toda su belleza se opaque
en un futuro sin rumbo, sin vuelta a atrás.
Referencias
Básicas
Ballesteros, J. (1995).
Ecologismo personalista. Madrid:
Tecnos.
Barba, J.B. (1997).
Educación para los derechos humanos. México: Fondo de Cultura Económica.
Covarrubias, Ojeda y
Cruz. (2011, marzo). México: La sustentabilidad ambiental como sustentabilidad
del régimen capitalista. Ciencia Ergo Sum. 1, 95-101.
Gil, Ramón. (1998). Valores humanos y desarrollo personal.
Madrid: Editorial Escuela Española.
Rachels, J. (2007). Introducción a la filosofía moral.
México: Fondo de Cultura Económica.
Sánchez, A. (1984). Ética. Barcelona: Grupo editorial
Grijalbo.
Tangencial. (2002).
Manifiesto por la vida por la ética para la sustentabilidad. Ambiente & Sociedad, vol. V, núm. 10, pp. 1-14.
United Nations Framework Convention on Climate Change
(UNFCCC). Protocolo de Kioto. (2014). Recuperado de: http://unfccc.int/portal_espanol/informacion_basica/protocolo_de_kyoto/items/6215.php
World Commission on the
Ethics of Scientific Knowledge and Technology. (2010). The Ethical Implications of Global Climate
Change. París: UNESCO.
Complementarias
McLamb, E. The Ecological Impact of the Industrial
Revolution. (2011). Recuperado de: http://www.ecology.com/2011/09/18/ecological-impact-industrial-revolution/
United States Enviromental Protection Agency (EPA).
Couses of Climate Change. (2014). Recuperado de: http://www.epa.gov/climatechange/science/causes.html
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