México es un país que contiene
una grande extensión de riqueza y es capaz de destacar en el ámbito
internacional por muchas cuestiones tanto positivas como negativas, que de
igual manera impactarán al país como a su entorno y todo lo que en ello
conlleva. Parte de las cuestiones que fungen como negativas y que merman el
adecuado desenvolvimiento y el alcance de una vida digna de las personas en
México es la desigualdad de género que existe en el ámbito laboral, esto es
porque a pesar de estar ubicados en pleno siglo XXI no se han logrado propiciar
las condiciones adecuadas y efectivas que garanticen la igualdad de condiciones
entre hombres y mujeres y que, con ello, tanto unos como otros puedan
desarrollarse adecuadamente. El avance integral de México como país no puede
concebirse sin lograr dicho avance primero en su sociedad en la que se
garanticen el respeto a los derechos humanos como la igualdad de género en el
ámbito laboral. El presente ensayo tiene como finalidad el demostrar dos
grandes objetivos: la manera en que las mujeres continúan sometidas ante un
sistema retrógrada o machista en donde el hombre es quien encabeza los puestos
de dirección y de mayor relevancia en las empresas, gozan de mayores sueldos y
mayores consideraciones en las prestaciones; así como contrastar cómo en otros
países se ha logrado tener éxito en este aspecto y la mejor manera en que
México podría implementar prácticas en las que las mujeres tengan
verdaderamente las mismas oportunidades que los hombres.
Al posicionar la desigualdad de género en el ámbito laboral
dentro de una esfera o en un escenario ético, se puede reflexionar o analizar
desde distintas categorías éticas, las cuales nos llevan a concluir que es un
foco que requiero atención inmediata para dar respuesta a las distintas
disyuntivas presentadas en esta situación. Entre las categorías éticas desde
las que podemos analizar se encuentra la utilitarista, la cual busca que se logre
el mayor de los beneficios con las acciones o actividades emprendidas (Brito, 2010); en este caso,
resulta todo lo contrario, ya que como se puede ver en el caso de la Edición
impresa de la Revista Expansión sobre las 500 empresas más importantes de
México, únicamente 12 de ellas hacen partícipes 784 mujeres en puestos gerenciales o directivos
para la toma de decisiones, lo cual significa un aproximado del 10% de los
ejecutivos. Aunado a lo anterior, el 65% se desenvuelven laboralmente en el
área de recursos humanos (Clotilde Hernández, 2005). Expuesto este caso
se puede ver que se efectúa lo contrario al utilitarismo, sólo una décima parte
de las mujeres ocupan puestos de relevancia en las empresas y quienes logran
romper con esa barrera, sus actividades están destinadas a desarrollarse en el
área de recursos humanos, como si no fueran capaces de laborar efectivamente en
otros campos de la escuela. No se logra el objetivo del utilitarismo, el cual
es lograr el mayor número de beneficiados o al menos un balance.
Un caso homólogo, pero acontecido en Venezuela mostró que
de las 35 empresas con mayor importancia solamente 33 direcciones eran ocupadas
por mujeres, mientras que los hombres ocupaban alrededor de 512, siendo 293 de
ellos los titulares; lo relevante de esta situación es que de las escasas 33
direcciones ejecutadas por mujeres un mayor número son ocupadas en las
suplencias y uno menor en las titulares; 23 y 12, respectivamente (Clotilde Hernández, 2005).
La estructura ocupacional de la mujer ha sido segregada por
la cultura y la reproducción de patrones, que por una asimetría de poder se han
visto en desventajas, ya que actúa en detrimento de las posibilidades u
oportunidades de las mujeres y que de alguna manera se ha visto transcrita en
la organización familiar, así como en el trabajo en el área doméstica (Hasan, 2007). La mujer
históricamente ha sido concebida como un ser inferior al hombre, lo hacen
parecer como si se tratara una subespecie del ser humano que recibe una escala
inferior o limitada a la que se cree no es posible lograr los mismos resultados
efectivos que los hombres cuando se trata de negocios o de la ocupación de
puestos de gran importancia.
Desde la perspectiva ética de Kant se puede analizar que la
desigualdad en las condiciones laborales designadas culturalmente por la
diferencia de género, al partir de la universalidad, en la que un acto cometido
se acepta por la misma persona como una norma universal, es decir, la forma en
que una persona actúa la sujeta a aceptar la misma situación en otra persona;
sin embargo, la existente desigualdad de género en el ámbito laboral no refleja
la ejecución o la correcta integración de esta categoría ética, ya que por la
misma cultura mexicana la universalidad es aplicada por géneros o a
conveniencia de quienes sujetan u ostentan el poder. Gracias a las creencias culturales
se espera que los puestos de dirección los ocupen los primogénitos (varones)
cuando se trata de empresas familiares; como se mencionó en el caso de
Venezuela, las pocas direcciones efectuadas por mujeres se realizaron por
poseer una relación familiar con los fundadores. Mientras que las mujeres
pueden o no, ocupar un cargo de menor grado o importancia en las mismas. La
universalidad que Kant plantea se aleja considerablemente de la desigualdad de
género en el trabajo porque si ésta fuera verdaderamente aplicada o efectiva no
existiría la desigualdad, se plantearía que por aptitudes, habilidades y
capacidades (tal cual debe ser) se consideraran los ascensos o designaciones de
puestos laborales, ya que finalmente de ello dependen el futuro y correcto funcionamiento
de las empresas (Brito, 2010).
El ámbito laboral desde sus inicios ha mostrado un especial
enfoque e interés únicamente o en su mayoría, en las actividades comerciales de
las personas tanto morales como jurídicas, por lo que la parte esencial que en
este caso son sus colaboradores pasan a segundo término, o incluso un tercero
cuando se trata de una mujer. Lo que tanto los dueños, gerentes o inclusos
compañeros de las mujeres en los distintos trabajos es que las actividades o
resultados no dependen del género, sino de las personas y aunado a ello, el
respecto a la dignidad de las mismas, es decir, no vulnerar las condiciones
para garantizar una mejor calidad de vida, lo cual significa el valor inherente
a los individuos por el simple hecho de serlo (Valls, 2015).
A pesar de que, conforme ha pasado el tiempo se ha
incrementado la participación de las mujeres en el mercado laboral, esta no ha
sido suficiente porque los hombres continúan predominando y no existe una cifra
que pueda resultar equivalente o que refleje un equilibrio. En 1970 la
participación de las mujeres era del 19.8% mientras que los hombres tuvieron
una presencia del 80.2%; en 1995 ambas participaciones fueron del 32% y 68%; y
en 2005 del 39.5% y del 60.5%, respectivamente (Zabludovsky, 2007). Alrededor del mundo se vive este tipo
de complicaciones éticas en el ámbito laboral, en algunos lugares más que otros
como lo es en el caso de México, puesto que, desde sus inicios, incluso en la
era prehispánica la mujer ha estado supeditada a las órdenes y deseos que los
hombres bajo la ostentación de algún cargo que les designa poder.
Esta situación también se relaciona con la injusticia social
por las acciones emprendida contra ellas. Se puede afirmar que existe
injusticia social en la situación de la desigualdad de género porque no existe
una igualdad en las condiciones expuestas tanto para hombres como para mujeres
en los diferentes aspectos que acontecen en el trabajo, ya que para unos todo
ha sido puesto en bandeja de plata sin tener que realizar un mínimo de esfuerzo
para ser considerado o ascendido, mientras que la otra parte tiene que exceder
dichos esfuerzos solamente para conservar el trabajo.
Resulta indispensable que la calidad de vida en el trabajo
sea respetado como un derecho humano laboral que les permitirá a las mujeres
alcanzar objetivos personales al mismo tiempo de que tienen acceso a una mejor
calidad de vida en función de cubrir sus necesidades básicas, ya que el entorno
en el que las personas, en específico las mujeres, se desenvuelven repercuten
en la salud ocupacional, que al no cumplir o responder a un nivel de
satisfacción de necesidades en sus distintas presentaciones se estará
contribuyendo a la merma u obstaculización de la realización de las mujeres a
lo largo de la jerarquía y áreas de un recinto laboral (Pérez, 2016).
Los derechos de las mujeres son adquiridos por ser personas, no por pertenecer
o no a un género que únicamente brinda características propias, mas no se
determinan las capacidades, habilidades y aptitudes necesarias para llevar a
cabo de forma efectiva proyectos, actividades, roles, entre otros. Estos
derechos son inherentes a las personas y lo más importante es que no se brindan
por la cultura, costumbres o pensamientos de una sociedad, sino que la misma
vida al momento de nacer los hace acreedores tanto a niños como a niñas, por lo
tanto, a hombres como a mujeres.
Un valor muy importante por desarrollar en el entorno de
trabajo es la tolerancia, ya que gracias a ella pueden disiparse los disturbios
o conflictos que tengan vida por cierto tipo de pensamiento y que de cierta
manera influyan en la existente desigualdad de género respecto al ambiente y
condiciones del ámbito laboral en cualquiera de sus facetas. La tolerancia
permite dar vida a la multiculturalidad no únicamente por parte de religión o
cuestiones que causen otro tipo de conflictos, sino principalmente los que
merman el adecuado desarrollo de las mujeres en el trabajo (Martínez, 1999).
No se puede negar que cada vez las mujeres son más
partícipes en el ámbito laboral en sus distintas ramas, también es cierto que
poco a poco van ganando terreno en las direcciones o puestos de relevancia por
la toma de decisiones que implican. No obstante, tampoco puede negarse que el
proceso de concientización sobre el respeto de las garantías individuales y
derechos de las mujeres debe estar presente a la orden del día, no como una
obligación jurídica o norma laboral, sino como el pleno y verdadero
reconocimiento de estos derechos, así como la importancia o relevante que
resulta para la realización sustancial como persona para las mujeres. Parte del
cambio que puede percibirse a través de la historia en la incursión y
posicionamiento de las mujeres en las empresas es gracias a la efectividad
mostrada en los resultados, lo cual sin duda funge como la principal evidencia
de lo que alrededor de este ensayo se ha comentado: el género no otorga
superioridad o inferioridad ni determina capacidades, habilidades o aptitudes.
Referencias
Brito, J. D. (2010). Derecho, Deber y
Utilidad: de Bentham a Kant y de Mill a Aristóteles. Revista Iberoamericana
de Estudios Utilitaristas, 23-34.
Clotilde
Hernández, M. E. (2005). Inequidad de género en las organizaciones. Una
visión de Latinoamérica. Red de Revistas Científicas de América Latina y
el Caribe, España y Portugal, 20-29.
Hasan,
A. F. (2007). Desigualdad de género. La segregación de las mujeres en la
estructura organizacional. Estudios de Género, 141-159.
Martínez,
R. G. (1999). Valores humanos y desarrollo personal. Escuela Española.
Pérez,
J. P. (2016). Derechos laborales: una mirada al derecho a la calidad de vida
en el trabajo. Ciencia Ergo Sum.
Valls,
R. (2015). El concepto de la dignidad humana. Revista de bioética y
derecho, 278-285.
Zabludovsky,
G. (2007). México: mujeres en cargos de dirección del sector privado. Red
de revistas científicas de América Latina y el Caribe, 9-26.
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