Gabriela Elizabeth
Velázquez Valdéz
¿Las ganancias justifican las
repercusiones?
Todo
ser humano debe de ser tratado como fin, es decir, considerar que tiene
dignidad humana, un valor supremo, que es racional, libre, autónomo y capaz de
decidir sobre su propia vida y acciones. Además, cuenta con derechos que deben
ser respetados en todo momento independientemente de que se generen ganancias
mayores. Por lo tanto, a ninguna persona se le debe de tratar como medio,
manipular ni ser utilizada para generar algún fin o provecho. Existen muchas y
variadas acciones que atentan contra la dignidad, mismas que tienen que ser
solucionadas, sobre todo, con el objetivo de garantizar que todas las personas
vivan de manera íntegra y tengan una vida plena y sana. En el ámbito de la
industria, las acciones que se realizan pueden ir en contra del bienestar
humano ya sea por los efectos negativos que sus productos tienen en el
consumidor, por el abuso o explotación de los empleados, ya sea de los
pertenecientes al sector infantil u otro o porque los procesos empleados para
la manufactura dañan al medio ambiente porque son contaminantes. Las empresas,
a pesar de estar conscientes de que sus productos tienen repercusiones
negativas en diferentes ámbitos, sólo se interesan por su propio beneficio al
tener la garantía de que lo que venden será consumido de manera importante. En
el presente trabajo se pueden analizar casos en los que las empresas atentan
contra el valor y dignidad humana para obtener ganancias. Además, se presentan
soluciones que lograrían generar la promoción de la integridad y de la
justicia.
Muchos
han clamado para que las industrias dejen de generar irresponsablemente
desechos porque atenta contra sus derechos de tener salud y un hogar estable ya
que se presentan, a menudo, enfermedades dermatológicas, ópticas, respiratorias
y el aumento de la contaminación ambiental (Sardiñas, Trujillo, García &
Fernández, 2001, pp. 144-145). La industria petrolera mexicana ha brindado
grandes oportunidades de desarrollo económico, pero, lamentablemente, se han
generado altos niveles de contaminación. Las empresas conocen los efectos
negativos de la producción y del uso de combustibles fósiles e, incluso,
trabajan arduamente para generar más beneficios para ellos mismos.
Las poblaciones del noroeste de Chiapas y centro de
Tabasco piden justicia y han presentado quejas ante la empresa petrolera más
importante de México, Petróleos Mexicanos, porque ha violado sus derechos al
contaminar el entorno en el que viven, presentándose el aumento de infecciones
respiratorias y de deficiencias pulmonares (Valdés, Fernández, Ramos &
Bautista, 2008).
Existen derechos que se deben respetar. El artículo 25 de
la Declaración Universal de Derechos Humanos establece que “toda persona tiene
derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la
salud y el bienestar” (Naciones Unidas, 2012). Sería
injusto que PEMEX ignorara las quejas de las personas que han sido dañadas y se
hicieran sordos a las peticiones de recuperar un espacio menos contaminado que
promueva el bienestar social. Además, la población, que no es considerada como
fin, se muestra ante una barrera que les impide su desarrollo integral. Por
consiguiente, lo más correcto sería que PEMEX se responsabilice de sus acciones
y que trate de reparar los daños ocasionados. El imperativo categórico de Kant
nos facilita el evaluar si una regla sería ley moral, por lo que ésta
consistiría en “seguir generando ganancias por medio de la fabricación de
productos, aún si se cree que se dañaría gravemente a la sociedad y a su
entorno”, entonces, se prosigue a realizar la pregunta “¿todos deberían de
cumplirla?”, entonces, lo más razonable que se podría contestar es que sería
desfavorable puesto que las industrias, con la finalidad de producir y vender
más, dañarían a seres humanos que ni se les pide su autorización de contaminar
su entorno y, cómodamente, deciden por ellos y violan sus derechos de tener un
lugar sano para vivir (Rachels, 2009, pp. 197). La autonomía de los ciudadanos
se debilita y no se considera al ser humano como valioso, sino un ser que
fácilmente se puede vulnerar.
Las empresas tabacaleras se esfuerzan en realizar
numerosos y profundos estudios para llegar a los consumidores más propensos a
adquirir la adicción a la nicotina, a pesar de que aceptan que ésta les genera
daños irreversibles. Lo anterior se desaprueba porque están conscientes de que
aproximadamente 10 millones de ellos fallecerán para el año 2030 (Meneses &
Hernández, 2002, pp. 2). Es despreciable el que no se tomen medidas para que el
consumo disminuya sólo porque las consecuencias económicas serían devastadoras
para aquellos países en los que la producción y comercio del tabaco ha sido
todo un éxito (Monge, 2012, pp. 2). Cabe señalar que también utilizan a las
personas como medios y los manipulan para lograr sus fines. Si las empresas
tabacaleras siguieran produciendo desmedidamente habría mayor infelicidad
porque aumentarían los fallecimientos y las enfermedades. Se puede creer que si
siguen produciendo tabaco, la economía seguirá en buenas condiciones, pero un
estudio realizado en Costa Rica, mismo que no considera éticas las acciones de
estas industrias, arrojó que si se controla la producción de tabaco, la economía
no sufrirá pérdidas totales de empleos porque se generarán más empleos en otras
áreas por el cambio de los patrones de consumo (Monge, 2012, pp. 2). Por lo
tanto, se genera más felicidad si se controla la producción porque disminuyen
las enfermedades y fallecimientos, se respeta la dignidad humana, se trata como
fin a los consumidores y la economía no sufre pérdidas porque se requerirían empleos
en otras áreas.
Jeremy Bentham nos recuerda la importancia de los
placeres a largo plazo (Cortina, 1996, pp. 4). Entonces, los consumidores de
tabaco podrían analizar que si lo consumen sólo experimentarán placer un momento
y, en un futuro, sufrirán dolor. En base a la teoría kantiana, las empresas del
tabaco deben tratar a los consumidores como fines y no sólo como medios, por lo
que deben de informarles todas las posibles repercusiones futuras para que
decidan libremente y se respete su autonomía (Rachels, 2009, pp. 212). Sólo así
las personas tendrán conciencia y tendrán una vida más sana si disminuyen o
anulan el consumo y, por consiguiente, las empresas tabacaleras decaerán
naturalmente hasta llegar al punto en que se generen empleos en otras áreas.
La
principal producción de ácidos grasos trans se lleva a cabo en las industrias.
El alto consumo de éstos ha generado un aumento de sobrepeso, obesidad
infantil, enfermedades cardiovasculares y otras como la diabetes. A pesar de
estar conscientes de que por medio de la producción masiva de alimentos con
alta cantidad de ácidos grasos trans aumenta el nivel de enfermedades,
morbilidad y mortalidad, las empresas usan a los consumidores como medios para
satisfacer sus propios intereses (Fernández, García, Alanís & Ramos, 2008,
pp. 76-77). Se analizarán dos posibles vías: la primera consiste en que las
empresas dejen de producirlos y, la segunda, en que exista un consumo
responsable.
Acorde
a la teoría del utilitarismo, se desaprobaría que las empresas siguieran
manufacturando los productos porque se generaría mayor infelicidad que la que
resultaría si la empresa deja de producirlos (Rachels, 2009, pp.153). Durante
el 2010, el 14.02 % de las muertes en México fue sólo por la diabetes
(Xantomila, 2012). De acuerdo a un estudio en dos comunidades de Chiapas, la
alimentación que tenían se basaba en productos agrícolas, pero las industrias
buscaban sus propios intereses y aumentó el consumo de frituras, dulces y
refrescos, que si siguen consumiéndose, habría daños irreversibles y
consecuencias dañinas (Nájera & Álvarez, 2010, pp. 173-188).
Las
empresas han convertido un sistema de alimentación sano a uno muy poco
nutritivo. Si la empresa dejara de producir, entonces, no generaría ganancias y
habría desempleo de unas cuantas personas en comparación con las que se
enfermarían o fallecerían. Para que no tuvieran que dejar producir, deberían
manufacturar productos más sanos. Sólo así, abundaría el goce para el mayor
número de personas, tanto para la industria y para el consumidor que ahora sería
tratado como fin (Rachels, 2009, pp. 167).
Analizando
la segunda opción, los consumidores tendrían que tener un control de consumo
sin importar que las empresas sigan o no produciendo los alimentos altos en
grasas. Según la ética de la virtud, es bueno que las personas sean
responsables de manera habitual, es decir, que se hagan cargo de sus propias
acciones y de las posibles consecuencias (Rachels, 2009, pp. 274). Las personas
se responsabilizarían de tener una dieta balanceada y de consumir con medida
los alimentos poco nutritivos. Por lo tanto, sería permisible que las empresas
siguieran produciendo los productos sólo si los consumidores tuvieran la virtud
de la responsabilidad. Lamentablemente, pocos son los consumidores que han
desarrollado dicha virtud, por lo que lo más justo sería que las empresas
vendieran productos más sanos y que las personas se responsabilizaran de lo que
consumen.
El
trabajo infantil es un problema alarmante presente, sobre todo, en aquellas
sociedades con pobreza extrema. Con la finalidad de obtener beneficios, en el
2000, aproximadamente se contrataron 170.5 millones de niños de 5 a 17 años
para trabajos peligrosos que los hacía susceptibles a tener un desarrollo y
crecimiento deficientes y a sufrir daños en su salud (Varillas, 2003, pp. 924).
El Convenio 182 define la explotación infantil como “el trabajo que, por su
naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo, es probable que dañe
la salud, la seguridad o la moralidad de los niños” (Varillas, 2003, pp. 923).
Es claro que se les trata como medio, se les rebaja su dignidad humana y no se
les considera como seres valiosos.
Como
el objetivo de las empresas es tener más ganancias y pagar sueldos más bajos
por aquellos empleos que requieren esfuerzo, deciden explotar y usar a los
niños para obtener mayores beneficios. Según la teoría kantiana, todos los seres
humanos cuentan con dignidad humana “que los hace valiosos ‘sobre cualquier
precio’” (Rachels, 2009, pp. 209). Por lo tanto, no debe de ser utilizado sólo
como un medio para generar mayores ingresos económicos sino como un fin (Rachels,
2009, pp. 213).
Cabe
destacar que todo niño tiene derechos que deben de ser respetados: el
artículo 3º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos menciona que
todo individuo cuenta con libertad y derecho a seguridad en su persona, el 4º
que toda esclavitud y servidumbre está prohibida y el 5º que nadie debe ser
sometido a tratos inhumanos, crueles o degradantes (Naciones Unidas, 2012). Por
lo tanto, es impermisible que las empresas exploten a los niños para
beneficiarse porque los tratarían como meros objetos con poco valor o como
“cosas baratas”.
Las decisiones y acciones que se
realicen se deben de enfocar, principalmente, en la promoción y fortalecimiento
del bienestar y seguridad de todas las personas, pues a éstas no se les puede
otorgar un precio ni se les puede usar, manipular o considerar como un objeto
que puede ser tratado o empleado como se desee. Por lo tanto, es indispensable
que las acciones de las empresas inculquen el respeto a la dignidad de todas
las personas, a pesar de sus respectivas diferencias, y que hagan válidos sus
derechos humanos. También se requiere que las empresas midan sus repercusiones
negativas y que traten de remediarlas lo más pronto posible con la finalidad de
que se promueva el bienestar de la sociedad y de que se genere la mayor
felicidad para el mayor número de personas. Es válido que busquen y tengan el
propósito de generar más beneficios, sin embargo, para lograrlo tienen que
garantizar que sus acciones tendrán el menor impacto posible en la sociedad.
Por consiguiente, tal como se mostró a lo largo del trabajo, se deberían
manufacturar productos que no dañen al ambiente, que no reduzcan la calidad de
vida de los consumidores ni que los ponga en peligro de alguna enfermedad,
accidente o daño. No sólo hay que tomar en cuenta la repercusión de los
productos en los consumidores, sino también la manera en que son producidos. Se
tiene que tener la garantía de que los procesos son amigables con el medio
ambiente y que no atentan contra la dignidad o los derechos de las personas en
general. Sólo así será posible que los seres humanos sean tratados como fines y
no como medios para alcanzar un fin.
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