jueves, 28 de junio de 2012

El ingrediente secreto del buen profesionista: Carácter ético

Anahí Alejandra Muñoz Gutiérrez
Licenciada en Diseño Industrial

El carácter del buen profesionista se comienza a forjar desde el momento en que éste elige la carrera que estudiará. Al inicio sólo basta con saber a que profesión se quiere dedicar durante su vida, para qué es apto, qué es lo que le gusta hacer, en qué podrá ser competente.
Después a lo largo de su preparación, el buen profesionista aprende conocimientos y habilidades fundamentales para su desempeño, que en un futuro lo habrán de posicionar entre los mejores dentro de la comunidad de individuos que ejercen la misma profesión.
Pero, ¿acaso estar posicionado entre los profesionistas más intelectuales, destacados o hábiles lo hacen ser un buen profesionista? La respuesta es “no”. Ser un buen profesionista va mas allá de los conocimientos y habilidades, porque también hace falta la capacidad de reflexión ética, que es el ingrediente secreto, además de tener claro cuales son los deberes, la deontología, que como buen profesionista se tienen principalmente con la sociedad, clientes y usuarios.
Para desarrollar la capacidad de reflexión ética, antes que nada, es necesario saber distinguir lo que es la ética profesional, la cual se centra ante todo en el tema del bien: qué es bueno hacer, al servicio de qué bienes está una profesión, cuál es el tipo de bien que busca como finalidad la abogacía, la medicina, la ingeniería, el trabajo profesional de los farmacéuticos o de los periodistas, etc.
En cambio el término deontología profesional se refiere a los deberes y obligaciones, busca formular un conjunto de normas exigibles a todos los que ejercen una misma profesión.
Aunque son términos distintos los dos van de la mano, el deber del buen profesionista tiene que ir acompañado de una motivación ética.
“Sin la perspectiva ética, la deontología se queda sin su horizonte de referencia” (Hortal, 2007).
De una manera más sencilla la ética tiene como objetivo la conciencia individual, mientras que la deontología se mueve más en el campo de lo que es aprobado por un colectivo.
Volviendo a la formación del carácter ético del buen profesionista, éste no deberá actuar bajo sus propios criterios morales, si no que habrá de formarse un juicio ético en el que se pregunte lo siguiente: ¿porqué debo de actuar de tal manera? La manera en la que actúo ¿afecta negativamente a quién estoy ofreciendo un servicio? O ¿de que manera estoy beneficiando a mi cliente/usuario sin dejar de lado mis propias expectativas? ¿le estoy dando igual valor a mis intereses y a los intereses de quien estoy ofreciendo un servicio?
Estas y muchas otras cuestiones deberá hacerse el buen profesionista con el fin de buscar el mayor bienestar para todos los involucrados.
“Carácter: valor ético que atribuimos a nuestros deseos y a nuestras relaciones con los demás” (Sennet, 2000).
El buen profesionista jamás ve a la profesión como un instrumento individual del cual se podrá hacer rico, si no que encuentra su verdadero sentido en perseguir con ella determinadas metas como son: el desarrollo y bienestar de su comunidad, la formación de un colegio integrado por personas que pertenecen a la misma profesión, porque un buen profesionista no trabaja individualmente, si no que trabaja en conjunto con sus colegas, persiguiendo todos los mismos objetivos; la satisfacción de ejercer aquella carrera que lo hace feliz, las necesidades que es capaz de resolver a sus clientes o usuarios, siempre informándoles porqué la solución que ofrece es la mejor para ellos. 
El conjunto de todas estas metas son parte del ingrediente secreto que forjan el carácter de un buen profesionista. “ Las personas tienen un carácter, pero también lo tienen las profesiones, y el conjunto de profesionales encarna de alguna forma el ethos de la profesión” (Cortina, 2000).
Una vez que un profesionista se ha formado un carácter ético habrá de cuidarlo porque en nuestra época muchas veces se pierde de vista el motor que da valor a la profesión: el gusto o la pasión de ejercer aquello a lo que uno se dedica laboralmente, que es un factor intrínseco, reemplazándolo por valores extrínsecos que degradan el verdadero sentido ético de la profesión como son el reconocimiento, el estatus social o el sentido de pertenencia a un grupo. Dichos valores extrínsecos llegan a afectar la ética profesional cuando pervierten el fin último de la profesión, beneficiar al usuario realizando aquello que mejor se sabe hacer.
Por otro lado un buen profesionista deberá tener autonomía, la cual se refiere a que el profesional sabe lo que mejor le conviene al cliente o el usuario, lo defiende incluso, de su ignorancia y de sus propias ideas. “El profesional sabe mejor lo que le conviene a quien acude a él; por eso se acude a él, y él actúa en bien de quien acude a él” (Hortal, 2007).
Cabe destacar que en la actualidad el capitalismo moderno empuja a los profesionistas a ignorar el fin último de su profesión, ya que las condiciones de la nueva economía se alimentan de una experiencia que va a la deriva en el tiempo, de un lugar a otro, de un empleo a otro. El capitalismo de corto plazo amenaza con corroer su carácter, en especial aquellos aspectos del carácter que unen a los seres humanos entre sí y brindan a cada uno de ellos una sensación de un yo sostenible, es decir, que el capitalismo moderno está creando personas cada vez más aisladas de la humanidad, y cada vez más apegadas al trabajo y a los bienes materiales.
Debido al capitalismo en que se vive, hoy es más frecuente el ejercicio profesional en el marco de organizaciones, instituciones y empresas. Ahora el ejercicio profesional tiene lugar en un espacio social, con recursos escasos, con necesidad de compatibilizar con demandas plurales, ya que no es posible dar la razón a todos y ofrecer a cada quien lo que le conviene. En este caso el carácter ético de el buen profesionista habrá de establecer criterios justos, distribuyendo de manera racional los pocos recursos con el objetivo de construir fines múltiples. Habrá de tener en cuenta el marco social, las necesidades de todos y los recursos disponibles a la hora de establecer prioridades con criterios de justicia.
En conclusión se puede afirmar que sólo puede ser nombrado “buen profesionista” aquel que fusiona sus aptitudes con su carácter ético formado de todas las cuestiones analizadas anteriormente. En la actualidad parece que muchos profesionistas suelen dar mayor peso el estatus social, el consumismo y a los bienes materiales, todos luchan por tener estos valores desplazando al más importante; beneficiar a sus clientes y usuarios resolviendo sus necesidades con la satisfacción de estar haciendo aquello que le apasiona.
Aquel profesionista que enfrenta las circunstancias laborales con carácter ético, generará gran confianza en sus clientes, la cual tiene un valor incomparable. Dicha confianza estará construida a largo plazo y le garantizará al buen profesionista éxito y bienestar tanto personal como económico.





Bibliografía:

Hortal, A. (2007). Ética de las profesiones. Madrid: Universidad Pontificia Comillas.

Cortina, A. (2000). 10 palabras clave en ética de las profesiones. (pp. 13-14). Madrid: Verbo Divino.

Sennett, R. La corrosión del carácter. (pp. 20-25). Madrid: Anagrama.


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