Anahí Alejandra
Muñoz Gutiérrez
Licenciada en
Diseño Industrial
El carácter del buen profesionista se
comienza a forjar desde el momento en que éste elige la carrera que estudiará.
Al inicio sólo basta con saber a que profesión se quiere dedicar durante su
vida, para qué es apto, qué es lo que le gusta hacer, en qué podrá ser
competente.
Después a lo largo de su preparación, el
buen profesionista aprende conocimientos y habilidades fundamentales para su
desempeño, que en un futuro lo habrán de posicionar entre los mejores dentro de
la comunidad de individuos que ejercen la misma profesión.
Pero, ¿acaso estar posicionado entre los
profesionistas más intelectuales, destacados o hábiles lo hacen ser un buen
profesionista? La respuesta es “no”. Ser un buen profesionista va mas allá de
los conocimientos y habilidades, porque también hace falta la capacidad de reflexión ética, que es el ingrediente
secreto, además de tener claro cuales son los deberes, la deontología, que como
buen profesionista se tienen principalmente con la sociedad, clientes y
usuarios.
Para desarrollar la capacidad de
reflexión ética, antes que nada, es necesario saber distinguir lo que es la
ética profesional, la cual se centra ante todo en el tema del bien: qué es
bueno hacer, al servicio de qué bienes está una profesión, cuál es el tipo de
bien que busca como finalidad la abogacía, la medicina, la ingeniería, el
trabajo profesional de los farmacéuticos o de los periodistas, etc.
En cambio el término deontología
profesional se refiere a los deberes y obligaciones, busca formular un conjunto
de normas exigibles a todos los que ejercen una misma profesión.
Aunque son términos distintos los dos
van de la mano, el deber del buen profesionista tiene que ir acompañado de una
motivación ética.
“Sin la perspectiva ética, la
deontología se queda sin su horizonte de referencia” (Hortal, 2007).
De una manera más sencilla la ética
tiene como objetivo la conciencia individual, mientras que la deontología se
mueve más en el campo de lo que es aprobado por un colectivo.
Volviendo a la formación del carácter
ético del buen profesionista, éste no deberá actuar bajo sus propios criterios
morales, si no que habrá de formarse un juicio ético en el que se pregunte lo
siguiente: ¿porqué debo de actuar de tal manera? La manera en la que actúo
¿afecta negativamente a quién estoy ofreciendo un servicio? O ¿de que manera
estoy beneficiando a mi cliente/usuario sin dejar de lado mis propias
expectativas? ¿le estoy dando igual valor a mis intereses y a los intereses de
quien estoy ofreciendo un servicio?
Estas y muchas otras cuestiones deberá
hacerse el buen profesionista con el fin de buscar el mayor bienestar para
todos los involucrados.
“Carácter: valor ético que atribuimos a
nuestros deseos y a nuestras relaciones con los demás” (Sennet, 2000).
El buen profesionista jamás ve a la profesión
como un instrumento individual del cual se podrá hacer rico, si no que
encuentra su verdadero sentido en perseguir con ella determinadas metas como
son: el desarrollo y bienestar de su comunidad, la formación de un colegio
integrado por personas que pertenecen a la misma profesión, porque un buen
profesionista no trabaja individualmente, si no que trabaja en conjunto con sus
colegas, persiguiendo todos los mismos objetivos; la satisfacción de ejercer
aquella carrera que lo hace feliz, las necesidades que es capaz de resolver a
sus clientes o usuarios, siempre informándoles porqué la solución que ofrece es
la mejor para ellos.
El conjunto de todas estas metas son
parte del ingrediente secreto que forjan el carácter de un buen profesionista.
“ Las personas tienen un carácter, pero también lo tienen las profesiones, y el
conjunto de profesionales encarna de alguna forma el ethos de la profesión” (Cortina, 2000).
Una vez que un profesionista se ha
formado un carácter ético habrá de cuidarlo porque en nuestra época muchas
veces se pierde de vista el motor que da valor a la profesión: el gusto o la
pasión de ejercer aquello a lo que uno se dedica laboralmente, que es un factor
intrínseco, reemplazándolo por valores extrínsecos que degradan el verdadero
sentido ético de la profesión como son el reconocimiento, el estatus social o
el sentido de pertenencia a un grupo. Dichos valores extrínsecos llegan a
afectar la ética profesional cuando pervierten el fin último de la profesión,
beneficiar al usuario realizando aquello que mejor se sabe hacer.
Por otro lado un buen profesionista
deberá tener autonomía, la cual se refiere a que el profesional sabe lo que
mejor le conviene al cliente o el usuario, lo defiende incluso, de su
ignorancia y de sus propias ideas. “El profesional sabe mejor lo que le
conviene a quien acude a él; por eso se acude a él, y él actúa en bien de quien
acude a él” (Hortal, 2007).
Cabe destacar que en la actualidad el
capitalismo moderno empuja a los profesionistas a ignorar el fin último de su
profesión, ya que las condiciones de la nueva economía se alimentan de una
experiencia que va a la deriva en el tiempo, de un lugar a otro, de un empleo a
otro. El capitalismo de corto plazo amenaza con corroer su carácter, en
especial aquellos aspectos del carácter que unen a los seres humanos entre sí y
brindan a cada uno de ellos una sensación de un yo sostenible, es decir, que el
capitalismo moderno está creando personas cada vez más aisladas de la humanidad,
y cada vez más apegadas al trabajo y a los bienes materiales.
Debido al capitalismo en que se vive,
hoy es más frecuente el ejercicio profesional en el marco de organizaciones,
instituciones y empresas. Ahora el ejercicio profesional tiene lugar en un espacio
social, con recursos escasos, con necesidad de compatibilizar con demandas
plurales, ya que no es posible dar la razón a todos y ofrecer a cada quien lo
que le conviene. En este caso el carácter ético de el buen profesionista habrá
de establecer criterios justos, distribuyendo de manera racional los pocos
recursos con el objetivo de construir fines múltiples. Habrá de tener en cuenta
el marco social, las necesidades de todos y los recursos disponibles a la hora
de establecer prioridades con criterios de justicia.
En conclusión se puede afirmar que sólo
puede ser nombrado “buen profesionista” aquel que fusiona sus aptitudes con su
carácter ético formado de todas las cuestiones analizadas anteriormente. En la
actualidad parece que muchos profesionistas suelen dar mayor peso el estatus
social, el consumismo y a los bienes materiales, todos luchan por tener estos
valores desplazando al más importante; beneficiar a sus clientes y usuarios
resolviendo sus necesidades con la satisfacción de estar haciendo aquello que
le apasiona.
Aquel profesionista que enfrenta las
circunstancias laborales con carácter ético, generará gran confianza en sus
clientes, la cual tiene un valor incomparable. Dicha confianza estará
construida a largo plazo y le garantizará al buen profesionista éxito y
bienestar tanto personal como económico.
Bibliografía:
Hortal,
A. (2007). Ética de las profesiones. Madrid: Universidad Pontificia
Comillas.
Cortina,
A. (2000). 10 palabras clave en ética de las profesiones. (pp. 13-14).
Madrid: Verbo Divino.
Sennett,
R. La corrosión del carácter. (pp. 20-25). Madrid: Anagrama.
No hay comentarios:
Publicar un comentario